miércoles, junio 07, 2006

Siglo XX: La Biblioteca Nacional de Cuba

Después de una serie de festejos, homenajes y encuentros por el Día del Bibliotecario el pasado 7 de junio, recordamos cómo a principios del siglo XX uno de los acontecimientos que marcaron la bibliotecología cubana fue la creación de la Biblioteca Nacional de Cuba. ¿Bajo qué circunstacias fue creada esta insigne institución?

La victoria cubana en las guerras independentistas se vio saboteada por la intervención norteamericana. El interés de los Estados Unidos por Cuba, declarado desde los inicios de la colonia, encontró espacios para dictar una serie de medidas que dieron origen a la conocida Enmienda Platt.

Durante diciembre de 1899 hasta mayo de 1902, Leonardo Wood entregó a compañías estadounidenses 223 concesiones para la explotación de los recursos naturales de la isla. Llegó a tal extremo la ambición y necesidad de poder sobre Cuba que el propio presidente norteamericano McKinley tenía más poderes sobre Cuba que en su país. McKinley podía modificar los aranceles cubanos y no podía hacerlo con los de los Estados Unidos por ser esa una facultad del Congreso, lo que trajo consigo la ruina de los productores cubanos independentistas y la pérdida de sus propiedades.

Conjuntamente con la Enmienda Platt en 1901, la instauración de la República el 20 de mayo de 1902 y el Tratado de Reciprocidad Comercial en 1903, fueron los tres acontecimientos que marcaron las nuevas formas, tanto política como económica en la que se basarían las relaciones cubano americanas.

A pesar de todo lo que ocurría en la Isla un grupo de intelectuales y patriotas que habían estado años en el exilio formaron la Junta Organizadora de la Biblioteca y Museo Nacionales de la Isla de Cuba. Existen varios trabajos que han estudiado las causas del surgimiento de la Biblioteca Nacional de Cuba. Aunque existía la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, que sirvió de núcleo a las Bibliotecas Nacionales en Iberoamérica en su gran mayoría, en 1901 se funda la Biblioteca Nacional de Cuba con carácter independiente. Es su primer director el patriota y bibliógrafo cubano Domingo Figarola Caneda.

Si bien es cierto que el desarrollo económico cada vez más dependiente del mercado norteamericano se profundizaba y se creaban las condiciones de esta dependencia a través de conceptos legales y justificaciones políticas, la aparición de la Biblioteca Nacional de Cuba durante la primera intervención es obra de cubanos preocupados por la cultura que marchaban bien distante de las artimañas norteamericanas y los favores del gobierno.

Mientras el país se convertía cada vez más en una neocolonia americana de casi total dependencia económica, las principales actividades informativas: actividad bibliotecaria, actividad archivística y actividad bibliográfica, se fueron desarrollando paulatinamente condicionadas por el movimiento económico que se iba gestando en la isla. Se conoce que el siglo XIX sobre todo a finales de la centuria, la propia producción editorial en Cuba condujo a un movimiento bibliográfico que se desvinculó del trabajo bibliotecario como tal, igual que sucedió en épocas anteriores en otras latitudes, porque la actividad bibliográfica tiene su propia identidad. Por otra parte las bibliotecas continuaron fomentando técnicas de recuperación y enfatizaron en problemas referentes a los edificios de bibliotecas y el almacenamiento de gran cúmulo de documentos.

No es hasta las décadas del 30 y el 40 del siglo XX que se inicia el tratamiento teórico de los problemas bibliotecológicos en Cuba y esto tiene que ver con dos factores fundamentales: el primero la aparición de las primeras revistas y libros de la especialidad y el segundo los esfuerzos aislados de formación profesional del bibliotecario que respondía al desarrollo de la actividad y este a su vez, se derivaba del progreso y los cambios económicos de la nación. En ambos aspectos las relaciones entre bibliotecarios cubanos y norteamericanos fue fundamental.

martes, junio 06, 2006

La revelación dos

Como toda bibliotecaria ahora me leo un libro, su autor James Redfield y su título La novena Revelación. A pesar de su carácter idealista con algo de aventura, el libro intenta demostrar en varias concepciones, ciertos vínculos que tenemos y que nos permite predeterminar el futuro, todo esto a partir del contenido de un manuscrito encontrado en Perú y que sus secretos cambiarán el mundo.

La primera revelación que comentan del famoso manuscrito, se refiere a coincidencias que indican que algo participa inevitablemente sin poderlo reconocer, esas extrañas "circunstancias misteriosas que cambian nuestras vidas". Cuántas veces no hemos estado en algún lugar y nos parece que algunas vez estuvimos, que no es conocido, sin tener explicación exacta de lo que está ocurriendo. La segunda, vincula el antecedente histórico para estudiar la conciencia. Lo importante, plantea uno de sus personajes, no es enseñar la historia exclusivamente en los logros tecnológicos de la civilización y los grandes hombres que la realizan sino la "visión del mundo de cada período histórico, qué pensaba y sentía la gente", no se trata de la evolución de la tecnología sino de la evolución del pensamiento.

En este punto me detuve porque no se puede llegar hacer historia del bibliotecario cubano sin incluir en la misma el pensamiento nacional de las diversas épocas, influenciado indiscutiblemente con el desarrollo social, económico y/o "tecnológico" como lo han denominado anteriormente. Y es que Cuba, como toda nación, tiene un pensamiento que se ha gestado bajo su evolución histórica inmersa en conflictos sociales y matizados por la economía.

No es de mi interés comentar el desarrollo del pensamiento cubano pero si vincularlo con hechos que marcaron con posterioridad la formación del bibliotecario y es que si el siglo XIX para el universo bibliotecológico cubano fue de formación de bibliotecas, como comenté en el apartado anterior, constituye ese siglo el espacio donde se gestan las guerras independentistas y donde se la economía americana absorbe el comercio casi total de la isla.

Las ideas anexionistas que se consolidan en la figura de Tomas Jefferson y que fortalecieron la política de los Estados Unidos de apoderarse de la isla, se iniciaron desde principios de siglo y no pararon hasta el duelo a muerte en 1898 de Montojo y Cervera en la bahía de Manila y Santiago de Cuba.

España pasa a un plano completamente secundario en el mercado de Cuba. En 1829, el 39% del total de las importaciones cubanas son americanas y el 26% son de España. En 1860 Estados Unidos absorbe el 62 % de las exportaciones cubanas, Gran Bretaña adquiere el 22% y España el 3%. Son disímiles y contundentes los datos que nos manifiestan el auge comercial entre ambos países. Por ejemplo, en 1832 la Habana era una ciudad mayor que Boston y Baltimore y su población casi se igualaba con la de New York y Filadelfia. Existía la Junta de Fomento que sustituyó al Real Consulado de Agricultura y Comercio y que entre sus iniciativas a favor del comercio incluyó la creación del ferrocarril, planeado desde 1832 e instaurado en 1837, el primero en Latinoamérica.

Durante las guerras las relaciones comerciales se profundizaron. En 1881, el cónsul norteamericano en Cuba ya es capaz de afirmar en su informe consular: “Comercialmente, Cuba se ha convertido en una dependencia de los Estados Unidos, aunque políticamente continúa dependiendo de España”. En 1884, Estados Unidos absorbía el 85% de la producción total de Cuba.

El 7 de diciembre de 1896, el día en que cae en combate Antonio Maceo., el ministro de Asuntos extranjeros del gobierno de Estados Unidos, Mr. Olney calculaba que en ese momento, las inversiones norteamericanas ascendían a 50 millones de dólares. Por su parte Scout Nearing y Joseph Freeman en su libro “La Diplomacia del dólar”, comentan que de 50 millones en 1898 se elevaron a 141 millones en 1909 y luego a 1250 millones en la década del 20. Es en estas circunstacias que se llega al siglo XX en total dependencia económica y con una infraestructura de bibliotecas construidas con trabajos mayormente de organización informativa, de preocupaciones por los espacios y de controles bibliográficos.

Bibliotecas cubanas del siglo XIX

El siglo XIX fue para el universo bibliotecológico, época de grandes renovaciones. Muchos autores consideran el año 1850 como el principio de la catalogación moderna, así surgen las noventa y uno reglas de Antonio Panizzi (1839), Charles A. Cutter crea las reglas para el catálogo diccionario (1876), Melvil Dewey elabora la Clasificación Decimal (1876) y aparecen las grandes clasificaciones como la del British Museum.

Mientras que el mundo bibliotecológico ya asumía congresos y se respiraban aires diferentes de renovación técnica, en Cuba se vivía aun bajo un pleno régimen colonial en cuyo ambiente los avances de la actividad informativa, aunque recibieron cierto impulso como se expresó anteriormente, eran lentos en comparación con sus progresos en otras latitudes. La vida económica había pasado paulatinamente a depender de la prosperidad de la industria azucarera.

Es en este siglo cuando el concepto de biblioteca para todos, o sea, la biblioteca concebida para elevar la cultura y la educación, además del entretenimiento, se desarrolla esencialmente, en el área anglosajona. Este concepto, según Carmen Rovira, nace en Inglaterra y se difunde en Estados Unidos. Refiere que en un principio la instrucción del bibliotecario se realizaba en las propias bibliotecas hasta que en 1887 es fundada en la Universidad de Columbia, por Melvyn Dewey, la primera escuela para bibliotecarios. En sus inicios la enseñanza era basada en la práctica, pero años más tarde se destinaron recursos universitarios para ampliar los planes de estudio y el tiempo de duración de estos. Se conoce con anterioridad que la primera escuela destinada expresamente para la enseñanza tanto bibliotecaria como archivista se fundó en la segunda década del siglo XIX, en Francia, en la Ecole de Chartes.

En Cuba, en los albores del siglo, no hubo muchos cambios en el trabajo informativo. La Biblioteca de la Sociedad Económica, durante las primeras cuatro décadas se nutrió en lo fundamental de donaciones aunque hizo esfuerzos para ampliar sus fondos a través de la compra. En 1838 José de la Luz y Caballero toma la dirección de la Sociedad y brinda gran ayuda a la colección de la biblioteca. El trabajo del bibliotecario en aquel entonces, partiendo de las experiencias de esta institución, consistía básicamente en la organización y representación de los documentos. El bibliotecario debía confeccionar el catálogo general, por orden numérico consecutivo y alfabético por autores.

También se abrieron otras bibliotecas que impulsaron el movimiento bibliotecario cubano. Entre ellas:
1835: Biblioteca Pública de Matanzas (más adelante llamada Gener y del Monte)
1844: Biblioteca del Liceo de La Habana
1846: Biblioteca de la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana
1855: Biblioteca de la Escuela General Preparatoria
1863: Biblioteca de las Escuelas Profesionales
1871: Biblioteca del Colegio de Segunda Enseñanza San Anacleto
1885: Biblioteca de la Asociación y Dependientes del Comercio
1899: Biblioteca Elvira Cape en Santiago de Cuba

El trabajo desplegado en todas ellas era eminentemente empírico en la organización de sus colecciones y el enriquecimiento de éstas a través de las donaciones y compras. Una preocupación fundamental de la época consistía en el alojamiento de los fondos que poco a poco iban creciendo y requerían nuevos locales, por lo cual la Biblioteca de la Sociedad Económica fue trasladada en dos ocasiones, en 1842 a una parte del extinguido Convento de San Felipe y en 1856 a una casa en Dragones número 308. De igual forma existía especial interés por los reglamentos del trabajo bibliotecario. La Biblioteca de la Sociedad Económica establece reglamentos para su trabajo que variaban, sobre todo con los cambios de dirección. La Biblioteca de la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana, a comienzos de 1859, publica su reglamento, muy parecido al que había publicado la Biblioteca de la Sociedad un año antes.

miércoles, mayo 24, 2006

Desarrollo económico, primera biblioteca y archivo

Llegamos a los finales del siglo XVIII, siglo de desarrollo cultural, de apertura económica. ¿Qué significó eso para el universo bibliotecario cubano?.

Cuba contaba hasta entonces con cuatro imprentas, una publicación periódica, la Universidad, el Seminario de San Carlos y cierta riqueza económica por el auge de los precios del azúcar en Europa a partir de 1755 y el crecimiento azucarero de fines del siglo XVIII. Todo esto trajo consigo el surgimiento de instituciones en las cuales se hablaban los problemas económicos relativos al comercio y la producción. Julio Le Riverend afirma en su libro Historia de Cuba, que se trataba de instituciones renovadas y esta renovación se debió fundamentalmente al progreso ocurrido entre 1780 y 1795. Como algo novedoso, esas instituciones incluían la participación de los ciudadanos como particulares en su creación y su sostenimiento y formaron parte de ellas representantes de los nuevos grupos sociales más que los representantes de la aristocracia tradicional de la colonia. Las dos instituciones básicas en el aspecto económico surgidas en el siglo XVIII fueron la Real Sociedad Económica o Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana.

La Sociedad Económica de Amigos del País surge después de un artículo aparecido en el Papel Periódico de La Habana el 4 de septiembre de 1791 y luego de una solicitud al Gobernador de las Casas al respecto. Sus intenciones eran la promoción del comercio, la agricultura, las industrias y la producción económica en general, además de la educación e instrucción de la juventud. En junio de 1793 inaugura su biblioteca, que es la primera biblioteca pública fundada en Cuba. Fue su primer director por breve tiempo José Arango, le sucedió Antonio Robredo, quien cedió su casa a la naciente biblioteca. Las primeras colecciones contenían setenta y siete volúmenes comprados con los fondos del Papel Periódico de la Habana y otros cedidos por Don Luis de las Casas. Inicialmente los servicios fueron brindados a los miembros de la Sociedad, y es en junio de 1794 cuando su presidente, el Capitán General Don Luis de las Casas propuso abrir las puertas de la biblioteca a toda persona interesada.

Por otra parte, al fundarse el Real Consulado de Agricultura y Comercio de la Habana, se propone la formación de un archivo para la conservación de los documentos del centro, siendo obligación del archivero ordenarlos, hacer cédulas de los papeles que expresaran de forma breve su contenido. Por Real Orden del 9 de mayo de 1797 se fija para las búsquedas en el archivo el pago de tres reales para los 10 papeles buscados de años anteriores al corriente, y dos reales por cada uno de los que pasaran este número. Estos pagos fueron en numerosas ocasiones incumplidos, pero contribuyeron al orden del propio archivo en tanto limitó la entrada de los “curiosos” y de las personas que no les interesaba lo que solicitaban.

Ambas sociedades representaron un antecedente para estudiar los inicios de la actividad informativa en Cuba, tanto la bibliotecaria como la archivística. A pesar de que el trabajo era incipiente y muy rudimentario, el hecho de que el origen de estas actividades esté fundamentalmente vinculado a sociedades económicas le imprime una característica peculiar. Los siglos XVII y XVIII fueron de creación de bibliotecas nacionales en toda Europa. Las instituciones bibliotecarias se vieron favorecidas, de una forma u otra, pues se incrementaron y sus colecciones resultaron beneficiadas por la formación de las disímiles sociedades.
Lo interesante de la primera biblioteca pública en Cuba es que su surgimiento vino en momentos en que la metrópoli se desarrollaba en el mismo sentido, ubicándose la Isla como una de las colonias más avanzadas en ese aspecto. A comienzos del siglo XVIII, año 1712, Felipe V creó la Biblioteca Real que fue el origen de la Biblioteca Nacional de España.

Sin embargo, es válido resaltar que la formación de las primeras instituciones informativas en Cuba estuvo condicionada por cierto desarrollo económico que la metrópoli no proporcionaba sino, las relaciones comerciales entre Estados Unidos y Cuba

Acontecimientos culturales del siglo XVIII

¿Cuántos documentos hoy en día pasan por las manos de un bibliotecario? ¿Cuánta información lee? ¿Cuánto procesa? ¿Cuánto entrega? ¿Cuánto satisface?... Pero.... ¿cómo empezó todo?.

Si bien los primeros siglos de colonia fueron de sometimiento más que de desarrollo o formación cultural, el siglo XVIII en Cuba representó una nueva etapa para el bibliotecario.

El impulso editorial y el nuevo movimiento bibliográfico que se observó a finales del siglo XVIII coinciden con la aparición de la primera publicación de índole literaria e informativa, el Papel Periódico de la Habana, fundado por el benemérito y gobernador Don Luis de las Casas el 24 de octubre de 1790. Cuando surgió esta publicación ya había editado el primer periódico de la Isla, la Gaceta de La Habana, que Trelles asienta en su bibliografía de los siglos XVII y XVIII. Fue fundado por el Conde de Ricla en mayo de 1764 y salía los lunes conteniendo algunas noticias políticas, comerciales y varias disposiciones del gobierno.















Otros acontecimientos en el plano de la enseñanza en Cuba, son la fundación de la Universidad de San Jerónimo de La Habana en 1728, la que indiscutiblemente, en sus quehaceres, tendría que auxiliarse de una biblioteca para cumplir los objetivos de la enseñanza, y la fundación del Seminario de San Carlos y San Ambrosio el 14 de agosto de 1763, que amplió la carrera netamente eclesiástica a otras materias científicas y humanísticas. Uno de los alumnos de este seminario fue el presbítero Félix Varela.


Se puede afirmar que hasta 1793 apenas existía instrucción primaria en nuestro país y la Universidad estuvo sobre todo al servicio de los intereses de España. Sin embargo, acerca de la repercusión que tuvo en la cultura e identidad nacional, Trelles plantea: “No deja de ser curioso el hecho de que hasta la época actual se haya creído que la era de la civilización comenzó en Cuba en 1790 ó 1793 con el gobierno de Don Luis de las Casas, la publicación del Papel Periódico y la creación de la Sociedad Patriótica. A mi juicio, la civilización cubana empezó a acentuarse en 1734, es decir, en el año en que abrió sus puertas la Universidad Pontificia, que no obstante su anticuado plan de estudios vino a ser como una especia de faro que disipó parcialmente las profundas tinieblas en que estaba sumida la enseñanza superior en la Isla de Cuba en el siglo XVIII”.

martes, mayo 23, 2006

Aparece la imprenta en Cuba

Comentábamos anteriormente que lo primero que surgió como actividad informativa en los inicios de la instauración de la colonia en Cuba, fue un incipiente trabajo archivístico. No existítan bibliotecas, salvo algunas librerías particulares y por ende la labor bibliotecaria era totalmente nula.

La situación de los documentos cubanos en los primeros siglos de la colonia española era desastrosa, fundamentalmente en lo referido a su conservación. El historiador Jacobo de la Pezuela en su Historia de la Isla de Cuba. Madrid, 1868, vol1 p.242 describe que “hasta el fin del gobierno de Ricla, la averiguación de los hechos históricos de Cuba fue difícil y penosa; porque en la isla no había más archivos que los libros y actas de los ayuntamientos y los cuadernos de la antigua escribanía de gobierno de su capital; y aún esa escasa documentación, corroída de gusanos, estaba interrumpida en muchas épocas, habiéndose en gran parte desaparecido después del sitio y toma de La Habana en 1792”.

Ya en el siglo XVIII se notaba en Cuba una incipiente actividad archivística y bibliotecaria, que venía dada principalmente por la creación de algunos archivos en distintas dependencias del gobierno integrados por las ordenanzas del propio gobierno, y por la existencia de escasísimas bibliotecas particulares en manos de los religiosos.

Por otra parte el movimiento editorial de la Isla venía brotando con impresos en otros países de autores cubanos o de temas relacionados con Cuba. La obra bibliográfica de Trelles de los siglos XVII y XVIII, asienta como primer libro de su trabajo, de Juan Aréchaga y Casas, la obra en latín titulada Disertaciones improvisadas sobre temas sacados a la suerte con motivo de cátedras en la Universidad Salmantina, de 1662. Del siglo XVIII enumera alrededor de catorce documentos que constituyen en su mayoría oraciones fúnebres, sermones, o documentos históricos como el publicado por Diego Varona titulado Historia de las invasiones piráticas, especialmente de las de Morgan, de 1668, al cual Trelles reconoce como el primer historiador cubano.

Sin embargo, en este siglo tuvieron lugar varios acontecimientos que marcaron la identidad nacional en el plano editorial y de la enseñanza. Se reconoce la introducción de la imprenta en Cuba, con la prueba del primer impreso en 1723 de la Tarifa general de precios de medicina, editada en La Habana por Carlos Habré.

Con respecto a la introducción de la imprenta existe diversidad de criterios entre los bibliógrafos e historiadores. El propio Trelles coincide con lo consignado por Bachiller y Morales de que la primera producción tipográfica de Cuba es el folleto de González Alamo (reconocido como el primer fisiólogo que hubo en Cuba y uno de los primeros médicos cubanos, enseñó Medicina en el Convento de San Juan de Letrán), impreso en La Habana en 1707, y citado por Beristai, bibliógrafo mexicano. Lamentablemente dicho documento no se ha podido encontrar, su título es Disertación médica sobre que las carnes de cerdo son saludables en la isla de Barlovento. El impreso de la Tarifa general de precios… no aparece asentado en la bibliografía de Trelles de la época. El propio Trelles hace referencia también a la obra del bibliógrafo chileno José Toribio Medina, titulada La imprenta en La Habana (1707-1810), publicada en Santiago de Chile en 1904, que como sus años indican, reconoce al igual que otros bibliógrafos de la época, la aparición de la imprenta en Cuba a inicios del siglo XVIII. Una síntesis cronológica resumida de la obra de Trelles sobre la actividad editorial del siglo XVIII y su relación con la imprenta quedaría como le sigue:


1707: Introducción de la imprenta
1720: Noticias de la introducción de la imprenta
1723: Aparece publicada la Novena del Obispo Valdés en México como si en Cuba no hubiera establecimiento tipográfico
1724: Folleto de Sossa, descubierto por Bachiller y reimpreso en 1732
1735: Abre la imprenta de Francisco de Paula
1735-1760: No se encuentra publicación alguna
1753: No hay talleres tipográficos en La Habana
1760: Se afirma nuevamente la existencia de estos talleres
1791: Se acentúa el movimiento bibliográfico
1799: Se publican cien folletos, la misma cantidad que se produce de 1707 a 1790

lunes, mayo 22, 2006

Los inicios del bibliotecario cubano

El trabajo desplegado del bibliotecario cubano no puede verse desvinculado del contexto social e histórico que nos ha tocado desempeñarnos y en el cual, hemos sabido salvaguardar nuestra ética y los principios de nuestra profesión.

Hoy en día resulta verdaderamente una interrogante la realidad cubana, cuando la propia historia describe a un pueblo como tantos otros de Latinoamérica, conquistando libertades y respetando sus espacios alcanzados. En medio de toda la formación de los primeros poblados, la consolidación de la colonia, el surgimiento de la nacionalidad cubana, las guerras independentistas, la instauración de la República y la Revolución del 59, no fueron pocos los acontecimientos que marcaron la formación de la profesión más silenciosa del mundo, y la más revolucionaria de espíritus.

Somos bibliotecarios cubanos con una memoria para contary ese es el objetivo de este weblogs. Con la costumbre bibliotecaria de la insistencia y desempolvando la historia llegar a conocer lo que somos hoy.

La historia nos pone desde sus inicios en relaciones estrechas con diversas naciones. Si bien es cierto que Cuba como colonia de España estuvo fuertemente influenciada por sus colonizadores, las estrechas relaciones comerciales establecidas entre Cuba y La Florida, mucho antes de la liberación de las 13 colonias, marcaron el destino de una nación así como la formación de nuestro profesión.

Hablar sobre las primeras bibliotecas en Cuba es de alguna manera vincularlas con la enseñanza, la comunicación, el papel del libro y la difusión de los conocimientos de manera general.
Durante los dos primeros siglos de la colonia española no se descubre en Cuba la menor traza de una institución de enseñanza. No obstante, en el siglo XVI e inicios del XVII la Iglesia jugó un papel fundamental en diversas esferas de la sociedad, fundamentalmente en la enseñanza. Los franciscanos, jesuitas y dominicos, como órdenes religiosas, centralizaban la enseñanza y controlaban la producción impresa: los libros.

La primera noticia que se tiene de una biblioteca en Cuba fue encontrada en el testamento del presbítero Nicolás Estebes Borges, vicario general del obispado de La Habana, fallecido a inicios del año 1665, en una de cuyas cláusulas dice: “declaro que tengo una librería de mil cuerpos de libros poco más o menos, quiero y es mi voluntad que esta se coloque en la Iglesia Parroquial de esta Ciudad en la parte y lugar donde más bien les pareciese a sus Señorías Ilustrísimas y dicho Señor Maestro de Campo Gobernador, entregándola con cuenta y razón a algún eclesiástico que cuide de ella para que se valgan los requeridos y amados predicadores y teólogos y si hubiese Iglesia Catedral en esta ciudad se mude para ella para dicho efecto”.

Estas primeras bibliotecas en el país aparecen en medio de la situación de atraso y la pobreza intelectiva de sus pobladores, dentro de la aún etapa erudita de la actividad bibliotecaria en el mundo, y del Siglo de Oro de la cultura española. Constituían bibliotecas particulares denominadas “librerías” con libros mayormente españoles, y en otros casos en lengua latina. A pesar de todas estas características que condicionaron la casi nula actividad bibliotecaria en los siglos XVI y XVII, existen documentos que manifiestan el interés de España por conservar los documentos antiguos de la Isla.

El dato hasta ahora más antiguo que se tiene de cierta legislación sobre la actividad informativa (bibliotecaria o archivística), que involucra a Cuba como colonia española, lo registra el Capitán del Ejército Libertador y Jefe de la Sección de Gobierno y Correspondencia del Archivo Nacional, Sr. Joaquín Llaverías, en su libro Historia de los Archivos de Cuba cuando plantea que en las Ordenanzas del Rey Don Felipe II, año 1569, se mandaba a tratar bien los libros y demás papeles y que se hiciera de la Contaduría un inventario jurado con un listado de autores de los libros, sus materias (contenido) y la relación de los libros que llegaban nuevos, así como cierta numeración de cada uno de ellos.

En 1693 y 1764 se dictaron por real cédula las normativas de la no extracción de documentos, bajo pretexto alguno, de los archivos de oficina, dándole sólo autoridad a los virreyes, presidentes y gobernadores a través de un Ministro de Audiencia del Distrito o del Escribano del gobierno para que, con previa certificación, sacaran lo que necesitaran. Este sería el antecedente y origen de nuestros archivos y los primeros pasos del trabajo bibliotecario posterior.