lunes, mayo 22, 2006

Los inicios del bibliotecario cubano

El trabajo desplegado del bibliotecario cubano no puede verse desvinculado del contexto social e histórico que nos ha tocado desempeñarnos y en el cual, hemos sabido salvaguardar nuestra ética y los principios de nuestra profesión.

Hoy en día resulta verdaderamente una interrogante la realidad cubana, cuando la propia historia describe a un pueblo como tantos otros de Latinoamérica, conquistando libertades y respetando sus espacios alcanzados. En medio de toda la formación de los primeros poblados, la consolidación de la colonia, el surgimiento de la nacionalidad cubana, las guerras independentistas, la instauración de la República y la Revolución del 59, no fueron pocos los acontecimientos que marcaron la formación de la profesión más silenciosa del mundo, y la más revolucionaria de espíritus.

Somos bibliotecarios cubanos con una memoria para contary ese es el objetivo de este weblogs. Con la costumbre bibliotecaria de la insistencia y desempolvando la historia llegar a conocer lo que somos hoy.

La historia nos pone desde sus inicios en relaciones estrechas con diversas naciones. Si bien es cierto que Cuba como colonia de España estuvo fuertemente influenciada por sus colonizadores, las estrechas relaciones comerciales establecidas entre Cuba y La Florida, mucho antes de la liberación de las 13 colonias, marcaron el destino de una nación así como la formación de nuestro profesión.

Hablar sobre las primeras bibliotecas en Cuba es de alguna manera vincularlas con la enseñanza, la comunicación, el papel del libro y la difusión de los conocimientos de manera general.
Durante los dos primeros siglos de la colonia española no se descubre en Cuba la menor traza de una institución de enseñanza. No obstante, en el siglo XVI e inicios del XVII la Iglesia jugó un papel fundamental en diversas esferas de la sociedad, fundamentalmente en la enseñanza. Los franciscanos, jesuitas y dominicos, como órdenes religiosas, centralizaban la enseñanza y controlaban la producción impresa: los libros.

La primera noticia que se tiene de una biblioteca en Cuba fue encontrada en el testamento del presbítero Nicolás Estebes Borges, vicario general del obispado de La Habana, fallecido a inicios del año 1665, en una de cuyas cláusulas dice: “declaro que tengo una librería de mil cuerpos de libros poco más o menos, quiero y es mi voluntad que esta se coloque en la Iglesia Parroquial de esta Ciudad en la parte y lugar donde más bien les pareciese a sus Señorías Ilustrísimas y dicho Señor Maestro de Campo Gobernador, entregándola con cuenta y razón a algún eclesiástico que cuide de ella para que se valgan los requeridos y amados predicadores y teólogos y si hubiese Iglesia Catedral en esta ciudad se mude para ella para dicho efecto”.

Estas primeras bibliotecas en el país aparecen en medio de la situación de atraso y la pobreza intelectiva de sus pobladores, dentro de la aún etapa erudita de la actividad bibliotecaria en el mundo, y del Siglo de Oro de la cultura española. Constituían bibliotecas particulares denominadas “librerías” con libros mayormente españoles, y en otros casos en lengua latina. A pesar de todas estas características que condicionaron la casi nula actividad bibliotecaria en los siglos XVI y XVII, existen documentos que manifiestan el interés de España por conservar los documentos antiguos de la Isla.

El dato hasta ahora más antiguo que se tiene de cierta legislación sobre la actividad informativa (bibliotecaria o archivística), que involucra a Cuba como colonia española, lo registra el Capitán del Ejército Libertador y Jefe de la Sección de Gobierno y Correspondencia del Archivo Nacional, Sr. Joaquín Llaverías, en su libro Historia de los Archivos de Cuba cuando plantea que en las Ordenanzas del Rey Don Felipe II, año 1569, se mandaba a tratar bien los libros y demás papeles y que se hiciera de la Contaduría un inventario jurado con un listado de autores de los libros, sus materias (contenido) y la relación de los libros que llegaban nuevos, así como cierta numeración de cada uno de ellos.

En 1693 y 1764 se dictaron por real cédula las normativas de la no extracción de documentos, bajo pretexto alguno, de los archivos de oficina, dándole sólo autoridad a los virreyes, presidentes y gobernadores a través de un Ministro de Audiencia del Distrito o del Escribano del gobierno para que, con previa certificación, sacaran lo que necesitaran. Este sería el antecedente y origen de nuestros archivos y los primeros pasos del trabajo bibliotecario posterior.

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