martes, junio 06, 2006

Bibliotecas cubanas del siglo XIX

El siglo XIX fue para el universo bibliotecológico, época de grandes renovaciones. Muchos autores consideran el año 1850 como el principio de la catalogación moderna, así surgen las noventa y uno reglas de Antonio Panizzi (1839), Charles A. Cutter crea las reglas para el catálogo diccionario (1876), Melvil Dewey elabora la Clasificación Decimal (1876) y aparecen las grandes clasificaciones como la del British Museum.

Mientras que el mundo bibliotecológico ya asumía congresos y se respiraban aires diferentes de renovación técnica, en Cuba se vivía aun bajo un pleno régimen colonial en cuyo ambiente los avances de la actividad informativa, aunque recibieron cierto impulso como se expresó anteriormente, eran lentos en comparación con sus progresos en otras latitudes. La vida económica había pasado paulatinamente a depender de la prosperidad de la industria azucarera.

Es en este siglo cuando el concepto de biblioteca para todos, o sea, la biblioteca concebida para elevar la cultura y la educación, además del entretenimiento, se desarrolla esencialmente, en el área anglosajona. Este concepto, según Carmen Rovira, nace en Inglaterra y se difunde en Estados Unidos. Refiere que en un principio la instrucción del bibliotecario se realizaba en las propias bibliotecas hasta que en 1887 es fundada en la Universidad de Columbia, por Melvyn Dewey, la primera escuela para bibliotecarios. En sus inicios la enseñanza era basada en la práctica, pero años más tarde se destinaron recursos universitarios para ampliar los planes de estudio y el tiempo de duración de estos. Se conoce con anterioridad que la primera escuela destinada expresamente para la enseñanza tanto bibliotecaria como archivista se fundó en la segunda década del siglo XIX, en Francia, en la Ecole de Chartes.

En Cuba, en los albores del siglo, no hubo muchos cambios en el trabajo informativo. La Biblioteca de la Sociedad Económica, durante las primeras cuatro décadas se nutrió en lo fundamental de donaciones aunque hizo esfuerzos para ampliar sus fondos a través de la compra. En 1838 José de la Luz y Caballero toma la dirección de la Sociedad y brinda gran ayuda a la colección de la biblioteca. El trabajo del bibliotecario en aquel entonces, partiendo de las experiencias de esta institución, consistía básicamente en la organización y representación de los documentos. El bibliotecario debía confeccionar el catálogo general, por orden numérico consecutivo y alfabético por autores.

También se abrieron otras bibliotecas que impulsaron el movimiento bibliotecario cubano. Entre ellas:
1835: Biblioteca Pública de Matanzas (más adelante llamada Gener y del Monte)
1844: Biblioteca del Liceo de La Habana
1846: Biblioteca de la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana
1855: Biblioteca de la Escuela General Preparatoria
1863: Biblioteca de las Escuelas Profesionales
1871: Biblioteca del Colegio de Segunda Enseñanza San Anacleto
1885: Biblioteca de la Asociación y Dependientes del Comercio
1899: Biblioteca Elvira Cape en Santiago de Cuba

El trabajo desplegado en todas ellas era eminentemente empírico en la organización de sus colecciones y el enriquecimiento de éstas a través de las donaciones y compras. Una preocupación fundamental de la época consistía en el alojamiento de los fondos que poco a poco iban creciendo y requerían nuevos locales, por lo cual la Biblioteca de la Sociedad Económica fue trasladada en dos ocasiones, en 1842 a una parte del extinguido Convento de San Felipe y en 1856 a una casa en Dragones número 308. De igual forma existía especial interés por los reglamentos del trabajo bibliotecario. La Biblioteca de la Sociedad Económica establece reglamentos para su trabajo que variaban, sobre todo con los cambios de dirección. La Biblioteca de la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana, a comienzos de 1859, publica su reglamento, muy parecido al que había publicado la Biblioteca de la Sociedad un año antes.

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